MISIONEROS PASIONISTAS EN LA AMAZONÍA.
HACIA UNA TIERRA DESCONOCIDA
Los inicios de la Congregación en
Perú (1913)
No «sabían» a dónde venían, ni
conocían el tipo de pastoral que iban a realizar.
La Congregación
pasionista entró en Perú por la puerta grande de la «misión».
Los primeros pasionistas arribaron aquí
invitados por el obispo de Chachapoyas,
monseñor Emilio Lissón, para servir a la
iglesia y al pueblo en una extensa zona de la amazonía peruana. No llegaban en
busca de vocaciones ni para asentarse en lugares apacibles, regentando
parroquias con buen soporte económico, ni para abrir colegios rentados.
Los pasionistas no «sabían» a dónde
venían, ni conocían el tipo de pastoral que iban a realizar.
Ningún religioso de la Congregación
había visitado la zona de fundación. Sólo tenían noticias que les comunicaba el
celoso obispo Emilio Lissón, nuestro fundador en Perú, que les presentó el
nuevo campo apostólico como «un reto para valientes.» Y los doce primeros
religiosos (6 sacerdotes y 6 hermanos) eran, en verdad, intrépidos y
sacrificados.
Tras un viaje largo y azaroso,
saliendo de la casa madre de Bilbao en España a finales de diciembre de 1912 y
entrando en las aguas del Atlántico el 1 de enero de 1913, llegaron a Tarapoto,
departamento de San Martín, el 17 de mayo del mismo año (cuatro meses y medio
de viaje). Eran «doce», como los
apóstoles.
Mons. Lisson, años más tarde, siendo
arzobispo de Lima, dejó constancia de la labor de los misioneros pasionistas en
San Martín. Se lee en una de sus cartas:
«.Los
Pasionistas, venidos a estas regiones han embalsamado con suave olor de celo y
demás virtudes apostólicas, no sólo estas provincias, sino todas las diócesis
del Perú, aunque ellos no han salido de la región a que Dios les mandó. Para
ellos no había caminos difíciles, a pesar de que algunos han sido de seis y
siete días a pie, con barro a la rodilla; ni delicadeza de alimentos,
habiéndose contentado con lo que podían darles en estas regiones retrasadas; ni
esmero en la cama o en el mueblaje, habiendo sido con frecuencia la cama una
mala estera y los muebles, los troncos de los árboles.No creo que en las
misiones de otras partes sufran los misioneros más privaciones que las que aquí
han soportado los pasionistas. La obra va produciendosus frutos; mi deseo es
que éstos sean estables y se extiendan más y más.»
LA
HORA DE LA CRUZ
Pero las pruebas y la cruz que
normalmente acompañan al evangelizador, se presentaron de forma muy punzante
sobre el grupo misionero. Antes que se cumpliera el año de la llegada,
Por amor a Cristo y a la Misión
El P. Eleuterio Fernández, en acto de
servicio ministerial, desaparecía ahogado en las aguas del río Sapo.
Algunos de los religiosos hermanos
comenzaron a flaquear en su vocación.
La dispersión de las así llamadas
«parroquias» hacía que vivieran muy alejados e incomunicados unos de otros.
Estaban bajo la impresión de estar al
margen de la vida pasionista, según se describe en las Reglas y Constituciones.
¿Por qué la Congregación no examinó
previamente las consecuencias que traía esta vida misionera? Creo que no hubo
cálculos ni estrategias especiales para asumir este trabajo. Abundó la
generosidad, la entrega, el «por amor a Cristo crucificado.» Una vez más se
cumplió lo que la historia nos enseña, que, cuando un grupo religioso se lanza
a grandes empresas en el nombre del Señor, tienen que ser «imprudentes», poco
precavidos y no preguntarse, «¿después qué?» Lo único que latía en sus
corazones era servir en la voluntad de Dios. Darse sin nada a cambio. Lo
resumiríamos con las palabras del poeta Pemán que dice:
Me dí en la salud y la enfermedad
Me dí sin tender nunca la mano
para cobrar el favor
y de tal suerte
que me ha encontrado la muerte
sin nada más que el amor
¿Cómo separarse después de amar?
El contrato
firmado entre el obispo de Chachapoyas y los superiores de la Congregación,
indicaba que asumían el compromiso «para cuatro años de experiencia». La fecha
fijada llegaba a su término. Los
religiosos pasionistas por voluntad de su fundador san Pablo de la Cruz, podían
trabajar en tierras de misión, en zonas no organizadas parroquialmente. Y San
Martín pertenecía a una diócesis, la de Chachapoyas. Aunque la población a cuyo servicio estaban
se podía considerar plenamente misional, con todo, la prohibición de parroquias
que ordenaba la Regla pasionista, era una espada de Damocles que pendía
diariamente sobre los esforzados misioneros.
El capítulo
provincial del año 1917, en fidelidad a las Reglas, emitió el decreto de
supresión de la presencia Pasionista en San Martín y ordenó la retirada de
todos los misioneros. Era una solución salomónica entre la fidelidad a la Regla
y la fidelidad al pueblo misionado. Algunos salieron de la misión, otros se
resistieron bastante y siguieron en su campo de trabajo. Alguno dejó también la
vida religiosa. Así, en medio de sufrimientos y pruebas, la Congregación
pasionista echaba las bases para la futura iglesia sanmartinense, para
convertirse más tarde en la Prelatura de Moyobamba.
El capítulo
general del año 1920, consideradas todas las circunstancias, emanó igualmente
el decreto de supresión y ordenó la retirada de los religiosos. Se había creado
un gran conflicto, la prueba de la cruz fue momento de gran incertidumbre.
Tanto la provincia religiosa del Corazón de Jesús como la Congregación, a nivel
de sus capítulos, habían firmado la orden de salida de los misioneros.
Con lágrimas y sonrisas
Pero en
aquellas circunstancias, el Señor iluminó a nuestro fundador en Perú, Mons.
Emilio Lisson, que ocupaba en Lima la sede de santo Toribio, para que actuara
ante la Santa Sede, pidiendo la suspensión de los dos decretos que se habían
emitido de parte de la Congregación pasionista. La exposición ardorosa que hizo
el prelado limeño a favor de la obra misionera de los pasionistas en San Martín
impresionó fuertemente en la Santa Sede, la que dio un paso muy atrevido,
anulando los decretos de supresión. Y dejando la discusión sobre «parroquias,
sí», «parroquias, no», la Santa Sede y la Congregación iniciaron un diálogo
fructuoso hacia una segunda vía: crear en el Perú una Prefectura Apostólica
misional, colindante con San Martín y encomendarla a los pasionistas. Así es
como surgió para nosotros el actual Vicariato Apostólico de Yurimaguas.
La Santa
Sede, con el breve pontificio «Colocados en la sublime cátedra del príncipe de
los Apóstoles» erigió la Prefectura Apostólica, que comprendía toda la actual
provincia de Alto Amazonas, con territorio desmembrado del Vicariato de San
León de Amazonas (Agustinos de Iquitos). El breve pontificio detalla este
punto: «Con los territorios así separados formamos e instituimos la nueva
Prefectura Apostólica que se llamará de San Gabriel de la Dolorosa del Marañón,
y la confiamos a la Congregación Pasionista.» El P. Atanasio Jauregui, superior
de la primera expedición misionera al Perú, en 1913, y el año 1921, Superior
provincial con sede en Bilbao, fue nombrado primer Prefecto Apostólico.
Por decisión de la Curia general de
la Congregación, el Prefecto Apostólico de Yurimaguas sería también el Superior
religioso de todos los pasionistas en Perú, tanto los residentes en San Martín
como en Yurimaguas. En adelante todos los religiosos eran enviados «con la
obediencia de Yurimaguas» y desde allí el Prefecto Apostólico los distribuía.
Los de la zona de San Martín, en cuanto labor pastoral, dependían del obispado
de Chachapoyas.
En manos de la Congregación
Pasionista
De esta forma,
las tumultuosas aguas del conflicto quedaban encauzadas y los ánimos serenados.
La provincia religiosa del Sagrado Corazón podía ostentar el honroso título de
recibir de la Iglesia la primera Prefectura Apostólica confiada a la
Congregación pasionista.
Pero, al mismo tiempo, el amplio
campo misional supondría para la provincia una carga muy pesada y una
obligación que requería aunar esfuerzos, planear estrategias y vivir en
continua tensión, ante el numeroso personal que requería tan dilatado campo.
La provincia religiosa
pasionista movió sus obreros apostólicos hacia Yurimaguas, y desde España y
Chile (que entonces formaban única provincia) envió misioneros. El primer grupo
llegó al Huallaga en octubre de 1921 y comenzó a preparar la organización de la
Prefectura. El 8 de febrero de 1922, surcando el Amazonas, el Marañón y el
Huallaga, llegaba a Yurimaguas el P. Atanasio Jáuregui, Prefecto Apostólico con
un grupo de sacerdotes y hermanos de la Congregación. En total 8 misioneros.
De esta forma,
hombres nacidos en otras tierras y en otras culturas, llegaban al Huallaga para
hacerse hombres amazónicos y así iniciar una nueva etapa en la evangelización y
promoción de la amazonia. Tenían conciencia de recibir esta región como una
zona misional en situación muy difícil.
La gesta misionera iniciada en 1913 en San Martín, sometida a durísima
prueba por los decretos de supresión emanados por los capítulos provincial y
general, por misteriosos caminos, había llegado a un feliz desenlace.
Escribe el P. Atanasio Jáuregui:
“El Todopoderoso llevó este asunto a
feliz término por caminos, más que ocultos, misteriosos. Cuando se creía que
todo estaba perdido, porque los obstáculos al parecer insuperables y elementos
de obstrucción se habrían atravesado en el camino, se vieron triunfar los
designios de Dios. He tenido ocasión de seguir paso a paso y hasta en sus
últimos detalles el curso de este asunto durante diez años, y me he convencido
plenamente que la mano de Dios ha preparado, como El sabe hacerlo, esta su
obra, y he tenido que exclamar más de una vez: Digiíus Dei est hic.”
Los misioneros
que llegaban a esta tierra no portaban documento alguno de convenios temporales
ni venían a iniciar una experiencia, “a ver si les salía bien y se podía
continuar aquí”. Ellos venían «de por vida» sin pensar, incluso, en salidas
ocasionales o vacacionales.
Naturaleza de un Vicariato Apostólico
La Iglesia Católica, para poder
cumplir el mandato de Jesús: «Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio
a toda creatura» (Me 16, 15), está dividida en diversas demarcaciones
eclesiásticas. Allí donde está suficientemente organizada, tiene clero propio y
medios suficientes de subsistencia, se estructura en Archidiócesis o Diócesis.
El cuidado de estas jurisdicciones se encomienda a la persona del obispo, quien
con su clero y pueblo debe llevar adelante el servicio pastoral.
En territorios que antes pertenecían
a alguna diócesis y en su organización se ve que tienen cierta fuerza pastoral,
pero, por su extensión u otras razones no pueden ser atendidas diocesanamente,
la Santa Sede crea las Prelaturas.
A veces también erige en prelaturas,
zonas que anteriormente han sido vicariatos apostólicos. El cuidado de las
prelaturas se encomienda, ordinariamente, a la persona del Obispo-Prelado con
su clero.
Por ejemplo, ni en la bula «Romanus
Pontifex» de la creación de la prelatura de Moyobamba ni en el decreto de la
Congregación Consistorial para el nombramiento del primer prelado, se habla de
«encomendar o confiar» este territorio a la Congregación.
Los obispos de las prelaturas,
diócesis y archidiócesis son nombrados por el Papa, previa presentación por la
Congregación de los Obispos (antigua Congregación Consistorial). Las
archidiócesis, diócesis y prelaturas, se organizan después en provincias
eclesiásticas, a no ser que la Santa Sede determine que una jurisdicción
dependa directamente de la Congregación de los Obispos.
La naturaleza de las Prefecturas
Apostólicas y de los Vicariatos Apostólicos es distinta a la diocesana o
prelatural. Las prefecturas no tienen obispo; su gobierno queda en manos de un
sacerdote-prefecto apostólico. Los vicariatos apostólicos, de ordinario, tienen
un obispo-vicario apostólico.
Cuando la Santa Sede crea nuevas
prefecturas apostólicas o vicariatos, no los encomienda a la persona del
prelado, sino a una congregación o diócesis. Son la congregación o la diócesis
las responsables del sostenimiento de la misión. Hoy, dadas las múltiples
situaciones de las tierras de misión, la Santa Sede está buscando nuevas formas
de organización para estas jurisdicciones.
En las letras apostólicas de la
creación de la Prefectura se indica: “La confiamos a la Congregación
pasionista” y cuando la prefectura fue elevada a vicariato se dice: «Queremos
que en adelante siga también… a cargo de los misioneros de susodicha
Congregación de los clérigos descalzos de la Santísima Cruz y Pasión de nuestro
Señor Jesucristo, que han venido laborando en esta región con tanto celo.»
La orden o congregación que recibe la
misión tiene la responsabilidad de cuidar el territorio. En la práctica hay
varias formas de organización misionera. Algunos institutos toman la misión y
es el P. General quien señala, en cada caso, quiénes serán los misioneros. En
otras congregaciones, el P. General encomienda el encargo de la misión a una
provincia, con o sin colaboración de otras provincias.
En el caso de Yurimaguas, desde el
inicio el P. General entregó la encomienda misional a la provincia del Corazón
de Jesús. Con todo, sobre todo en los inicios, hubo religiosos de otras
provincias de la Congregación. Felizmente, también hoy el P. Mario Bartolini,
de la provincia italiana de la Piedad, trabaja aquí desde varios decenios.
Cuando una provincia religiosa no
puede abarcar todo el campo apostólico que como Prefectura o Vicariato se le ha
encomendado, puede iniciar, con el beneplácito del P. General un diálogo con
otras provincias de la Congregación para reunir suficientes misioneros.
Por su parte, el Prefecto o el
Vicario Apostólico pueden acudir a otros institutos o diócesis en busca de
personal, pero siempre de acuerdo con los superiores de la Congregación. Si las
gestiones de los superiores de la Congregación o del Prefecto o Vicario
Apostólico, resultan infructuosas y se llega a la situación de no poder llevar
adelante la responsabilidad misionera de la jurisdicción, el Superior general y
el Prelado respectivo deben presentar el asunto a la Santa Sede, a través de la
Congregación de la Evangelización de los pueblos. (No es este el caso de Yurimaguas,
donde el Vicariato está bien atendido, siendo los pasionistas los que estamos
con presencia menguada).
Las Prefecturas y los Vicariatos
llevan el honroso y evangélico título de «Apostólicas». Significa que están más
dependientes de la Santa Sede que las otras jurisdicciones eclesiásticas.
Incluso los Papas, en repetidas ocasiones, llaman a los prelados misioneros, pastores
que merecen un especial aprecio, porque trabajan en las fronteras de la
evangelización y, muchas veces, en situaciones de pobreza y conflictividad.