Mons. Miguel Irizar Campos, C.P.
Catedral del Callao
14 de Abril de 2001
HOMILIA EN LA VIGILIA PASCUAL DE 2001
El Señor ha resucitado ¡Aleluya!
El pregón pascual ha cantado a la noche. Y ha cantado
diciendo ¡qué noche tan dichosa! ¡qué noche tan feliz! Como ha dicho: ¡qué
feliz culpa que nos consiguió un tal Redentor, Cristo Jesús! Esta es la noche
maravillosa que estamos celebrando hoy, celebrando la Vigilia Pascual en el año
2001, el primer año del tercer milenio.
Hemos recogido en largas pinceladas la Historia de la
Salvación. Una historia de amor que ha recorrido ante nuestros ojos de
creyentes desde la creación del mundo, y la creación del primer hombre y la
primera mujer, hasta llegar a esta nueva creación que es la Resurrección de Nuestro
Señor Jesucristo. Hemos culminado con el Evangelio que nos ha contado lo que
ocurrió esa mañana, en ese amanecer que siguió a la noche oscura del sábado en
el sepulcro. Los ángeles han sorprendido a las mujeres que iban a cumplimentar
el rito que no culminaron el viernes. Llevaban aromas y perfumes para ungir y
perfumar el cuerpo de Jesús, del muerto. Pero el ángel las ha sorprendido:
"mujeres, no busquéis entre los muertos al que vive. El crucificado ha
resucitado". Pero ¿quién lo ha visto?
Dicen los padres de la Iglesia y lo dice la liturgia de esta
noche: sólo la noche conoció el momento en que Cristo resucitó de entre los
muertos. La oscuridad quedó radiante por el misterio del Cristo gloriosamente
resucitado. No hubo ni un testigo ocular, al menos no lo cuentan los
evangelios. Y la única señal que éstos nos cuentan es que ‘el sepulcro está
vacío’.
Magdalena dirá en otro relato: "¿Adónde han llevado a mi
Señor.? ¿Será el jardinero? Dónde lo han puesto, que lo quiero recoger".
El sepulcro está vacío, no está el cuerpo del Señor. Tampoco lo han secuestrado
ni raptado. "No está aquí -dice el ángel-, ha resucitado".
Hermanos, esto es para nosotros el mensaje de esta noche: No
busquemos a Jesús entre los muertos. El Hijo de Dios y el hijo de María ha
muerto de verdad. Pero hoy no está ya en la Cruz, no está en el sepulcro. El
Señor ha resucitado.
El sepulcro vacío es un signo que los primeros cristianos
entendieron muy pronto. Pedro y Juan, al anuncio de Magdalena, serán los
primeros que correrán al sepulcro y reconocerán, aunque no han visto al Señor
aún, que se ha cumplido la palabra de Jesús. El Evangelio de hoy todavía no ha
hablado de las apariciones de Jesús, pero el Señor ya está vivo.
Esta es una noche de vigilia, de unas horas más o menos
largas. Los soldados, encargados por las autoridades romanas, vigilaban la
piedra del sepulcro. Querían garantizar que de allí no podrían haber nuevas
sorpresas. Y los enemigos de Jesús, los que lo llevaron a la condena y a la
muerte, estarán vigilando desde lejos para que todo termine allí con la muerte
del nazareno. Pero también vigilan, cerca del sepulcro, no sólo los ángeles de
Dios sino también María, la madre del crucificado, los apóstoles y algunas
mujeres.
Esta noche, la Iglesia está vigilante. Estamos aquí en la
Vigilia de nuestra Iglesia Catedral del Callao. Muchos duermen a estas horas,
algunos también están de fiesta. Pero qué pena que la mayoría de los cristianos
no celebren la Vigilia Pascual. Se quedaron con el muerto, con Cristo difundo.
El Señor del Mar, el Cristo de la Sentencia, el Señor de los
Milagros y el Santo Sepulcro del Cristo Muerto son imágenes del Cristo que
murió, del Cristo que dio su vida. Pero en la tradición del pueblo del Perú, en
las iglesias de Ayacucho, del Cuzco y de algunos barrios de Lima, se producirá
en la mañana el encuentro de la Madre y el Hijo; de la Madre Dolorosa a la que
le quitarán el velo negro y la vestirán de blanco y del Cristo resucitado. Pero
así como es fácil imaginarnos al Cristo crucificado es más difícil la imagen
del Cristo resucitado.
Nosotros estamos vigilantes y para despertarnos en la fe, en
la esperanza, en la resurrección de Cristo, hemos recorrido las etapas
fundamentales de esa Historia de la Salvación. Hemos seguido los pasos del pueblo
de Israel, su liberación de la esclavitud, la noche del exterminio para los
primogénitos de Egipto y de la liberación para los hijos de Israel. Y el paso
por el Mar Rojo, donde las aguas hundían a los soldados de Faraón y hacían de
muralla para el paso libre del pueblo de Israel. Y la alianza de Dios con
Abraham. Y las promesas de los profetas. Y el llamado de los profetas a la
fidelidad, a la alianza.
¡Noche santa y feliz! Hemos escuchado las maravillas de Dios.
Por eso a esta liturgia del Sábado Santo-Vigilia Pascual se le llama la madre
de todas las vigilias. Es la madre de todas las liturgias porque es el centro,
el núcleo de nuestra fe: Que Cristo ha muerto y ha resucitado, y que Cristo
vive por la fe en sus creyentes, en la Iglesia.
Pero todo esto, hermanos, tiene que ser historia personal de
cada uno. Es en el rito del bautismo donde entramos a celebrar la Pascua de
Jesús. "Nosotros estamos bautizados –nos ha dicho San Pablo- en la muerte
de Jesús, y hemos resucitado con Cristo glorioso". Incorporados a su
muerte, nacimos como hijos de Dios, como hijos del Espíritu, como hijos de la
libertad.
Y para eso nos han precedido unos signos: el signo del fuego
nuevo, el signo de la luz, el cirio Pascual, Cristo resucitado, Señor del
tiempo y de la historia, Cristo el Alfa y la Omega, el principio y el fin.
Cristo crucificado y resucitado. Los otros signos vendrán luego: el agua del
bautismo y el Espíritu, a quien no vemos, que es el que hace que esta vigilia
sea otra vez la Pascua para nosotros.
El agua bendecida será la fuente bautismal donde serán
engendrados los nuevos hijos de Dios. La fuente bautismal es como el seno
materno donde hemos nacido y hemos sido engendrados. Y el Espíritu Santo ha
hecho que esta agua se convierta en fuente de vida y nos ha hecho imagen de
Dios, de Jesucristo el Señor, y templos del propio Espíritu. Nos ha hecho
entrar en la Iglesia madre que es también el seno en el cual hemos nacido.
Hoy se nos pide a todos los bautizados a volver al seno
materno de la Iglesia, al seno de las fuentes bautismales para volver a nacer
como hijos de Dios. Y por eso tenemos la penitencia cuaresmal, el sacramento de
la reconciliación, si hemos perdido la gracia bautismal. Nuestra Pascua es eso:
revivir nuestro propio bautismo, la gracia del sacramento de la primera
consagración.
"Vamos al sepulcro" –decían las mujeres. Y se
fueron al sepulcro. Y nosotros también venimos al encuentro del Señor, al que
ayer hemos dejado muerto y que hoy vive. Su cuerpo, su cadáver, no está aquí.
El Señor está vivo y no sólo en el cielo. El Señor está vivo en nuestra fe y en
nuestro corazón de creyentes. Está vivo en el corazón de esta comunidad, en el
corazón de los niños, de los jóvenes y de los mayores.
Todos estamos llamados a proclamar esta Buena Noticia: que
Cristo ha resucitado. En la Iglesia Oriental, la Iglesia Ortodoxa, los
cristianos acostumbran a salir después de la celebración de la Vigilia Pascual
para tocar todas las puertas de los vecinos y decirles: "hermano, el Señor
ha resucitado, la paz sea contigo". Yo les digo que también vayan y
anuncien que el Señor ha resucitado para ustedes y para mí.
¡Que viva Cristo! ¡El señor ha resucitado! ¡Aleluya!
Pero ahora no sólo hay que anunciar que Cristo a resucitado,
hacen falta testigos del Señor, testigos del resucitado. Somos nosotros
testigos del Señor que vive, y testigos de la Iglesia. Somos miembros vivos de
la Iglesia, somos la Iglesia misionera. Y la Iglesia no guarda el secreto del
Señor resucitado, lo proclama y lo anuncia con toda su vida.
Por eso, con fuerza, vamos a gritar al mundo que está
dormido, que vive en el sepulcro de muchas otras cosas, que el Señor Jesús
vive. Que la Iglesia no ha muerto, que la Iglesia somos todos. Que Cristo ha
resucitado
¡Aleluya! ¡Que viva Jesucristo!
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