Mons. Miguel Irizar Campos, C.P.
Solemnidad del Corpus Christi
Parroquia San Pedro Nolasco
Ventanilla, 14 de Junio de 1998
HOMILIA DIA DE CORPUS
Hermanos Presbíteros, Sacerdotes, Seminaristas, Religiosos,
Religiosas, Catequistas, Miembros de las Comunidades Parroquiales de Ventanilla
y de todo el Callao.
Se han fijado en un detalle, que nos han arrancado la puerta
de la Iglesia, pero no han sido los ladrones, ha sido decisión del padre
Párroco que lo ha dispuesto así para dar visibilidad al gran numero de fieles
que no podrán entrar en el templo por falta de espacio y quieren participar en
esta celebración Eucarística.
Tomo esto como un signo de lo que debe ser nuestra Iglesia,
una Iglesia abierta, misionera, eucarística. Me da pena como a Jesús, cuando la
multitud está hambrienta de Dios y de pan. Y nosotros nos encerramos cada uno
en su casa, o en el templo, o en su parroquia, o en su movimiento.
Abramos entonces las puertas al Redentor, no cerremos las
puertas de la Iglesia. Tampoco, a ser posible, las puertas de nuestras casas,
aunque haya que cuidarse de los amigos de lo ajeno.
Que nuestra Iglesia de Dios, reunida aquí en el nombre de
Jesús en esta primera Parroquia de Ventanilla, ciudad satélite, Parroquia de
San Pedro Nolasco, sea un signo de comunión y de misión.
Hoy es el día de la Solemnidad del Cuerpo y de la Sangre de
Cristo, el Corpus Christi. Fiesta arraigada en el corazón de la Iglesia que
está en el Perú, y por tanto también en el Callao. Y en el Callao hemos
asociado a este día del Corpus Christi, el día de la Caridad, el día de la
Pastoral Socio Caritativa. La Iglesia abierta a las necesidades de los pobres y
de los hermanos.
Ante todo, mis hermanos Sacerdotes, Religiosos y Laicos,
creemos en la presencia real del Cuerpo y la Sangre de Cristo en el Santísimo
Sacramento. Hoy el Sagrario está allí destacado en la parte lateral de este
templo, pero el mismo Señor, está también presente en esta comunidad, en esta
asamblea eucarística.
Cristo el Señor, es el que nos ha convocado hoy entorno a su
Palabra y en torno al misterio de su Cuerpo y de su Sangre en la Eucaristía.
Nosotros somos también el Cuerpo de Cristo, el Pueblo de Dios; Cristo es la
cabeza y nosotros sus miembros y el Espíritu Santo anima, santifica y envía a
esta comunidad eucarística al mundo. La Iglesia es edificada entorno a su
palabra y entorno a la Eucaristía, pero también la Iglesia a través de sus
Sacerdotes o Presbíteros celebra y realiza el Cuerpo de Cristo.
«Si vosotros mismos sois Cuerpo y miembros de Cristo, sois el
sacramento que es puesto sobre la mesa del Señor, y recibís este sacramento
vuestro. Respondéis "Amén" a lo que recibís, con lo que,
respondiendo, lo reafirmáis. Oyes decir "el Cuerpo de Cristo", y
respondes "amén" . Por lo tanto, se tú verdadero miembro de Cristo
para que tu "amén" sea también verdadero» (San Agustín).
La Eucaristía hermanos, es el corazón, y también la cumbre de
la vida de la Iglesia. Si sacamos la Eucaristía de nuestra Iglesia, seremos
Iglesia no auténtica de Jesucristo; podemos respetar a hermanos que celebran el
día del Señor sólo entorno a la Palabra. Pero para nosotros la Eucaristía es el
Centro donde culmina la Palabra y la Palabra vuelve otra vez a la comunidad y
al mundo. En la Eucaristía Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote - según el rito de
Melquisedec - asocia a su Iglesia toda .
Iglesia somos todos. Ustedes son Iglesia, el Obispo también
es Iglesia; los niños son Iglesia -y muchos se han quedado fuera, porque no han
podido entrar-, ellos son el rostro de Jesús los pequeños de la Iglesia. A esta
Iglesia hoy representada por esta comunidad en esta asamblea, Cristo asocia a
su Sacrificio al Padre; Sacrificio que Él una vez y para siempre, ofreció en la
Cruz al Padre por nosotros y por todos los hombres. La Misa es, a la vez e
inseparablemente memorial de la Muerte del Señor, como nos ha recordado San
Pablo, pero también es la mesa del banquete Sagrado al que somos invitados todos
los que creemos en Jesús.
A Jesús le daba lástima y pena la multitud hambrienta de pan.
A mí también me da pena la cantidad de familias que hay en Ventanilla,
hambrientas de pan o de trabajo o de educación o de una jubilación mal
reconocida. Pero también me da pena mi pueblo que tiene hambre de Dios, y a ese
pueblo nosotros no le entregamos la Palabra de Jesús.
Por eso yo he convocado a todos los miembros de la Iglesia
del Callao, a los Párrocos, como a todos los laicos, a que vayan y anuncien el
Evangelio a todos las familias chalacas. Y a eso he llamado ‘Operación
Contacto’ - ¿Cómo va la operación contacto en Ventanilla? ¿van visitando a las
familias? ¿cómo está Mi Perú?.
Yo sé que los miembros de la parroquia de Mi Perú - a los que
he visitado recientemente - están visitando no solo las familias de Mi Perú,
sino también las de Pachacutec y los nuevos asentamientos humanos que están
surgiendo en su entorno, estableciendo el contacto con los fieles chalacos que
perdieron su comunicación con la Iglesia en la que fueron bautizados.
¿Recuerdan la primera visita del Papa Juan Pablo II al Perú
en el año 85, cuando en Villa el Salvador él gritaba con voz de Padre y Pastor:
"Hambre de Dios Sí, hambre de Pan No"?.
Hay todavía en el Perú hambre de pan, hay mucha pobreza,
sufrimiento y mucho desempleo. No vamos a buscar responsables, si son las
personas o los sistemas vigentes en nuestra sociedad. Pero sí tenemos que
luchar, crear, y promover para que el pan de cada día se multiplique en la mesa
de los pobres.
Pero eso sí: el hambre de Dios lo podemos saciar los
discípulos de Jesús; porque Él nos ha dicho "vayan anuncien el Evangelio a
todos los hombres", "Yo estaré con ustedes y el Espíritu Santo que
les enviaré -nos lo ha enviado ya-, él les recordará todo lo que yo les he
enseñado".
San Pablo, testigo de las primeras comunidades cristianas,
nos ha dicho: " Yo he recibido una tradición, que procede del Señor y que
a mi vez os he transmitido: Que el Señor Jesús, en la noche en que iban a
entregarlo, tomó pan, y, pronunciando la acción de gracias, lo partió y dijo:
«Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía». Lo
mismo hizo con la copa después de cenar, diciendo: «Esta copa es la nueva
alianza sellada con mi sangre; haced esto cada vez que bebáis, en memoria mía».
Por eso, cada vez que coméis de esta pan y bebéis de la copa, proclamáis la
muerte del Señor, hasta que vuelva".
Cuando termina la Consagración el Sacerdote proclama:
"Este es el Sacramento de nuestra fe". Y nosotros respondemos:
"Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, Ven Señor Jesús".
Vivimos la memoria y la presencia del Señor que ha muerto y resucitado, la
Pascua del Señor, que constantemente hace actual el Espíritu Santo en la
celebración eucarística.
Pero en la Eucaristía, hermanos, como en la catequesis viva
de la Iglesia, no solo celebramos la Muerte y Resurrección, celebramos y
vivimos toda la vida y el misterio de Jesús, que se entregó en la cruz al Padre
de una vez y para siempre, se entregó también a lo largo de toda su vida, desde
la Encarnación hasta la Ascensión; la Eucaristía que celebramos es el signo de
su entrega y de su inmolación.
Jesucristo, pasó haciendo el bien a todos, multiplicando el
pan para la multitud hambrienta, curando a los enfermos, sanando a los poseídos
por el demonio, realizando la obra de samaritano, siendo solidario con los
hombres, con los pecadores y marginados y proclamando el reino de Dios su
Padre.
Eso mismo queremos hacer hoy a través de la pastoral social y
caritativa, que está encargada a toda la Iglesia: a los pastores, a los
religiosos y a los laicos, cada uno de acuerdo a su carisma y a su don.
Unidos en un mismo Espíritu - nos han recordado desde la
Comisión Socio Caritativa - lo que tengo te doy, como diría Pedro al que le
pedía limosna en el Templo de Jerusalén: "En el nombre de Jesús, levántate
y anda…".
Jesús se hace presente hoy a través de sus discípulos que
somos nosotros. Como sus discípulos de Emaús reconocemos a Cristo el Señor al
partir el pan, en la fracción del pan, y nos reconocen a nosotros los
cristianos no solo porque adoramos la Eucaristía y celebramos su Muerte, sino
porque sabemos partir y compartir nuestra vida, nuestros talentos y nuestros
dones con los demás.
Su Cuerpo entregado por nosotros es signo del amor y de la
predilección de Dios en Jesucristo, y nosotros entregados a los más pequeños y
necesitados, y a los más pobres, somos signos del amor de Dios en la comunidad
cristiana y en el mundo. "En esto os conocerán que sois mis discípulos, en
que os améis unos a otros".
Por eso, hermanos, concluyo esta reflexión: que la
celebración de la Eucaristía Dominical, como toda catequesis previa que se
lleva en nuestras parroquias y movimientos, nos lleve sí, a la comunión con
Cristo, pero esa comunión con Cristo nos lleve a la comunión, a la fraternidad,
a la construcción de eso que el Papa ha llamado tantas veces la Civilización
del Amor , y no del egoísmo, del poder, del placer, sino de la entrega por el
Señor.
Quiero agregar una tercera reflexión: La Espiritualidad o el
Culto a la Eucaristía, no termina aquí en el templo, en la misa, sino va más
allá o fuera de la propia celebración de la Misa. La Iglesia reserva, guarda,
el Cuerpo de Cristo, las Hostias Consagradas en el Sagrario, para ser llevado a
los enfermos como viático. Y para ser visitado y adorado por los fieles.
El Culto a la Eucaristía, que hemos vivido a lo largo de la
historia de la fe en el Perú, es realmente maravillosa. De ahí surgen las
grandes procesiones Eucarísticas, las hermosas alfombras de flores y todas las
procesiones del Corpus.
Tenemos que recuperar en nuestras Iglesias el lugar propio de
la Capilla del Sagrario, donde sea posible, como espacio peculiar. Y en todo
caso que el Sagrario sea un lugar realmente bien cuidado y destacado y sobre
todo visitado por los adoradores de Cristo sacramentado.
Hoy estamos celebrando el día de Corpus en Ventanilla, como
lo prometí el año pasado. No sólo celebramos en la Iglesia Matriz y Catedral
del Callao, en el casco viejo del Callao, sino también en Ventanilla como signo
de la comunión y la unión de un solo pueblo, que es el pueblo de Dios en el
Callao.
Recorreremos luego la procesión del Corpus aquí, aunque sea
caminando sobre pistas no asfaltadas, pero lo hacemos como signo de nuestra Fe
en ese Cristo Sacramentado, al que en el Perú cantamos ¡Oh Dios Eucaristía! o
¡Cantemos al Amor de los Amores! .
Y que seamos todos adoradores, alabanza al Padre por Cristo
que dirige nuestra alabanza y que Él bendiga y proteja a nuestros Sacerdotes,
Ministros de la Eucaristía, a nuestros religiosos y religiosas que viven
consagradas al servicio de la Fe y de la misión de la Iglesia. Que bendiga a
todos los laicos comprometidos en las comunidades parroquiales y en todos los
movimientos, que cada uno se sienta realmente bendecido por Cristo el Señor en
este Día de Corpus Christi.
Y termino por lo que comencé: este es un templo que hace 36
años levantaron vuestros mayores en lo que entonces se llamaba Ciudad Satélite de
Ventanilla. Ya no es tan satélite ni tan ciudad, estrecha o reducida a ese
espacio territorial, marginal del Callao y de Lima. Va creciendo y abriéndose
por los cerros, por los arenales en los nuevos asentamientos humanos que nos
han urgido a la creación de 7 nuevas parroquias en esta zona para nosotros muy
querida de Ventanilla
Queremos ser una Iglesia abierta y misionera, una Iglesia
comprometida en el servicio de los pobres, aun sabiendo que la Iglesia por sí
sola no va a resolver los problemas sociales; pero quiere ser anunciadora de la
esperanza, de la caridad, de la justicia, del amor de Dios que se refleja sobre
todo en los más necesitados, en los más pobres.
Quiero anunciar desde hoy - esto creo que me inspiró ayer el
Espíritu Santo -, que el año 2000, tendremos en el Callao el Congreso
Eucarístico Diocesano.
Tenemos que prepararnos a un gran Congreso Eucarístico
Diocesano, ¿les parece bien?
Para que todo esto sea posible no nos olvidemos del Espíritu
Santo quien es el que anima a la Iglesia de Jesús. Antes de la Consagración
invocamos la acción del Espíritu Santo sobre el pan y el vino y le pedimos a
Dios que envíe su Espíritu para que este pan y este vino se conviertan en
Cuerpo y Sangre de Jesucristo. Y después de la Consagración, pedimos otra vez
la acción y el don del Espíritu Santo para que la Eucaristía que celebramos nos
lleve a la unión con Cristo y a la comunión con todos los hermanos. Él es el
que nos da la comunión y la misión a la vez.
Finalmente les anuncio que: las Madres Carmelitas han llegado
casualmente o providencialmente del Monasterio de Yurimaguas que yo fundé en la
Selva. Ellas son contemplativas, adoran y alaban todo el día al Señor, y van a
estar entre nosotros, como prometí el año pasado, aquí en el corazón de la
Iglesia del Callao. Nos faltaba un Monasterio de vida contemplativa. A fines de
Julio próximo, después de la Virgen del Carmen, siete Madres Carmelitas estarán
iniciando la fundación de este Monasterio en el fundo Oquendo.
Gracias Señor Jesús por el don de esta Iglesia viva que está
en el Callao, Gracias por los jóvenes del Callao que nos animan, por los niños
que nos alegran.
Gracias a los padres de familia, a todos los movimientos y
comunidades, a los que les pido comunión y misión, en una acción conjunta, una
pastoral de conjunto, que vamos a procurarla todos unidos en una sola Iglesia.
Gracias hoy a las Madres Carmelitas que van a poner en el
corazón de la Iglesia, la presencia contemplativa de la acción del Espíritu
Santo: "En el corazón de la Iglesia - como decía Santa Teresita de Liseiux
- yo pondré el amor". Pongan el amor de Dios en esta Iglesia como hijas de
la Madre del Carmelo, Patrona de nuestra Iglesia chalaca en su Santuario de
Carmen de La Legua.
¡ Que Dios los bendiga!. Amén.
LOS LAICOS
PROTAGONISTAS DE LA NUEVA EVANGELIZACION
P.Mateo Pozo Castellanos S.M.
"Las urgencias de la hora presente en América Latina y
el Caribe reclaman:
Que todos los laicos sean protagonistas de la Nueva
Evangelización, la Promoción humana y la Cultura cristiana. Es necesaria la
constante promoción del laicado, libre de todo clericalismo y sin reducción a
lo intraeclesial" Doc. Sto. Domingo, 97
"Una línea prioritaria de nuestra pastoral...ha de ser
la de una Iglesia en la que los fieles cristianos laicos sean protagonistas. Un
laicado, bien estructurado con una formación permanente, maduro y comprometido
es el signo de Iglesias particulares que han tomado en serio el compromiso de
la Nueva Evangelización" Sto. Do. lO3
Hacemos hoy nuestros estos deseos del Documento de Santo
Domingo, para comprometernos a promover "un especial protagonismo de los
laicos, particularmente de los jóvenes" (Sto.Dgo.n.293 y la oración del
n.3O3),impulsando de este modo, desde comunidades vivas, una Iglesia particular
evangelizadora y misionera, en la línea descrita por nuestro obispo en su carta
pastoral de julio de l997.
1. Comprender nuestra pertenencia a la Iglesia.
La gran mayoría del pueblo de Dios está constituida por
fieles cristianos laicos. Y darse cuenta de esta evidencia debería tener
consecuencias muy visibles en las comunidades que confiesan a Cristo como Señor
viviente y celebran su fe en él como algo que afecta al modo de vivir. La
primera comunidad cristiana inició una nueva manera de ser humanidad. Se sintió
una pequeña familia transformada por la fuerza del Espíritu. Y nacieron los
signos de la alegría y de la unión fraterna, que tanto llamaba la atención en
una sociedad acostumbrada a poner fronteras entre los seres humanos y a mirarse
como extraños y competidores. Para interesarse vigorosamente por la tarea de
una comunidad hay que sentirse de algún modo partícipe de su vida y de su
destino. ¿Cómo situar a los laicos en su responsabilidad eclesial y en su pleno
derecho al protagonismo testimonial si desconoce su propia pertenencia a la
comunidad eclesial como un don que le viene de Dios y que le da identidad
cristiana?
En la Iglesia que Jesús quiso, tiene que haber una manera de
ser laicos, de asumir las propias responsabilidades, de testimoniar el mensaje
recibido, pues es un mensaje para el mundo entero; sí, una manera de ser laicos
en las relaciones con Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, y una manera de ser
laicos en las relaciones con el mundo. El concilio Vaticano II lo expresó
admirablemente: "La Iglesia no está verdaderamente formada, no vive
plenamente, no es señal perfecta de Cristo entre los hombres, en tanto no
exista y trabaje un laicado propiamente dicho" (AG 2l). ¿Cómo fue esa
comunidad que nació en el mundo como fruto de lo sucedido hace veinte siglos
con Cristo Jesús?
Por los días de Pentecostés, aquel pequeño grupo de
discípulos de Jesús sabían que habían sido congregados para tener una relación
especial con Cristo resucitado y ayudarle a continuar su obra. Tenían la
certeza de que la figura del Resucitado había marcado su destino personal. Ya
eran otros hombres y mujeres. En adelante no podían quedar indiferentes ante lo
que habían visto y oído. Quedaron comprometidos a vincular sus vidas con el
Señor Jesús. Ser y hacer, identidad y compromiso, vocación y misión, ya quedó
girando en torno a esa presencia del Mesías.
Aquellos primeros grupos de creyentes eran judíos, pero su
modo de relacionarse con Dios, con el propio pueblo y con el resto de la
humanidad ya está sellado por la novedad de la Buena Nueva del Reino de Dios
que aceptaron como presente en Jesús de Nazaret, ahora resucitado. Y cuando
quieren hablar de sí mismo o dar una especie de definición de su nueva visión
emplean expresiones como: "Los que seguían a Jesús", "la
muchedumbre de los creyentes", "los que aceptaron la palabra",
"los de Cristo" (""cristianoi" decían en griego, o
sea, "cristianos"). Y también, para referirse al grupo comienza a
tener fortuna una palabra griega, Ekklesía, que significaba "asamblea,
reunión" de los hombres libres de una ciudad. Y de ahí viene nuestra
palabra IGLESIA. Con esta palabra se designó la "Asamblea del pueblo de
Dios". Cuando se reunían podían estar seguros de ser portadores de una
Buena Nueva, continuadores de la misión de Jesucristo, anunciadores y
constructores del reino de Dios, poseedores de una gracia capaz de renovar el
mundo y de iniciar una humanidad nueva con nuevos criterios de juicio y de
acción, colaboradores de Dios y de Cristo en el anuncio de la salvación con la
fuerza del Espíritu, único poder capaz de abrir caminos de amor y esperanza con
futuro para el mundo.
En esta experiencia hay dos fuertes convicciones para
aquellos primeros grupos de discípulos:
la. En Jesucristo hemos sido salvados, no por nuestras obras,
sino por su misericordia. Y nadie más que él puede salvarnos, pues solo a
través de él nos concede Dios la salvación sobre la tierra (Hch.4,l2;cfr.Tit
3,6). Es la identidad: incorporados a Cristo.
2a. No podemos dejar de proclamar lo que hemos visto y oído
(Hch.4,2O) pues lo sucedido es para todos los judíos e incluso para todos los
extranjeros, a quienes llame el Señor nuestro Dios ( 2,39). Es la misión:
continuadores de su obra.
Aquellos testigos de la presencia de Jesús resucitado eran la
Iglesia de Cristo, el nuevo Pueblo de Dios, el Cuerpo de Cristo. Eran un signo
visible en la tierra de la comunión trinitaria: un misterio de Comunión.
No existe en el NT ningún libro dedicado a darnos detalles
sobre la vida de los primeros cristianos; pero se dan algunos relatos que nos
permiten hacernos una idea de aquella vida de fe: Por ejemplo, se insiste mucho
en ser "comunidad de servidores" al estilo de Cristo que pasó por el
mundo sirviendo y expresamente lo hizo en medio de sus discípulos. También
destaca la vitalidad comunitaria (Hch.l3,l-3;l4,27). Tienen iniciativa para
anunciar el mensaje en otros ambientes, y también al interior de la misma
comunidad: asisten a las reuniones eclesiales, comparten bienes, participan en
la eucaristía, ayudan a sus pobres (Hch.6,l-7). Poner el acento en la idea de
comunión es ante todo ver a los cristianos, laicos y clero, participar en una
tarea común, en una sola obra y misión: la evangelización. La comunión genera
comunión.
2. Somos un pueblo que camina.
Han pasado veinte siglos. Y la hora presente lleva las mismas
exigencias que en el pasado, porque todo lo sucedido en la misión del Hijo de
Dios, Jesucristo, único Salvador del mundo, "ayer hoy y siempre"
(Hb.l3,8) fue realizado en favor de toda la humanidad de todos los tiempos. Y
este mundo presenta ante nosotros un panorama, en muchos puntos desolador por
los graves problemas que le agobian y por el sufrimiento inmenso que soportan
tantos hijos que podría ser superado con relativa facilidad si el egoísmo de
tantos se convirtiera en generosidad y la indiferencia en actitudes solidarias
como lo exigen el encuentro con Cristo y la adhesión a su mensaje. San Pablo
recuerda a los Corintios: "Ya conocen la generosidad de nuestro Señor
Jesucristo, el cual siendo rico, se hizo pobre por ustedes para enriquecerlos
con su pobreza" (2 Cor.8,9).
La Iglesia que nosotros conocemos es, por supuesto, la de
nuestros días; pero cabe preguntarse ¿Cómo hemos llegado hasta esta situación?
¿Qué ha sucedido para que tengamos casi necesidad de decir una y otra vez a los
laicos que también ellos son la Iglesia, que estas cosas de la Iglesia de
Jesucristo son asuntos que nos conciernen a todos los bautizados? Siglos de
historia explicarían muchas cosas; pero lo cierto es que, quienes tienen que
responder hoy ante el mundo de lo que es y hace la Iglesia, no son los primeros
cristianos sino nosotros que formamos la misma realidad que formaron ellos en
su tiempo: el pueblo de Dios en camino, el cuerpo de Cristo en crecimiento, el
signo de la salvación universal...Y si ellos hablaron de Dios y su reino en sus
circunstancias reales, y suscitaron entusiasmo y una fuerte influencia benéfica
en su mundo...una acción semejante está a nuestro alcance porque poseemos el
mismo Espíritu y el objetivo sigue siendo el mismo.
La Iglesia de Dios es como un edificio en el que todos somos
a la vez los constructores y las piedras. "Piedras vivas para un edificio
vivo". La Iglesia primitiva nos dejó la huella del discípulo-colaborador.
Por eso, "el ser de la Iglesia está en función de su origen y de su
finalidad". ¿Por qué y con qué finalidad existe? La respuesta es única: La
Iglesia es continuadora de la misión de Jesucristo. Es la que visibiliza el ser
y el hacer de Jesús ahora glorioso en el cielo. ¿Qué hizo Jesús? ¿Qué quiso
seguir haciendo hasta el final de los tiempos en el mundo? El Papa Pablo VI
escribía: "Proclamar de ciudad en ciudad, sobre todo a los más pobres, con
frecuencia los más dispuestos, el gozoso anuncio del cumplimiento de las
promesas y de la Alianza propuesta por Dios, tal es la misión para la que Jesús
se declara enviado por el Padre; todos los aspectos de su misterio (...) forman
parte de su actividad evangelizadora, (EN,n.6).
Lo nuestro hoy, como miembros de la Iglesia, es hacer visible
esa misma tarea de Jesús: anunciar en el mundo el reino de Dios. Y ¿qué quiere
decir esto? Que cuando Dios entra en la vida de los hombres como una realidad
viva y misteriosa acontece siempre algo nuevo. Dios se entrega y se hace
accesible a los hombres como amor y como gracia cada vez que un ser humano, al
escuchar su mensaje, dice, como María: "Hágase en mí según tu
palabra". Y la voluntad humana cambia. Y se experimenta capaz de pasar de
"la muerte a la vida" (Jn.5,24).
Todos los bautizados son la comunidad histórica de Jesús que
camina hacia el encuentro del Señor glorificado llevando consigo nuevos estilos
de vida, sembrando experiencia de humanidad. "La salvación es antes que
nada don de Dios que debe ser recibido con reconocimiento y alegría". Pero
este don es fermento que renueva todo tipo de relaciones. La mirada del
creyente fiel no solamente es atenta, sino que mira con otros ojos. Es capaz de
trabajar con los demás para mejorar permanentemente el mundo desde la situación
que envuelve su vida ordinaria. Todo, todo cuanto existe: la propia vida
restaurada por la fe y la gracia, los bienes de la vida, de la familia, de la
cultura, de la economía, las artes, las profesiones, las instituciones de la
comunidad política, las ciencias, las técnicas, la ecología...al mirarlo con
los ojos de Cristo, nace un nuevo estilo y se juzga con una nueva luz
(Jn.l4,l2-2l)
3. El que cree en mí hará también las obras que yo hago
(Jn.l4,l2)
No es fácil hablar del Dios de Jesucristo. Tampoco lo fue
para el mismo Jesús. La idea más espontanea que surge sobre Dios suele ser la
del "poder". Por eso la rebeldía que sienten tantos hombres frente a
Dios porque deja que exista el mal en el mundo. Si Él es poderoso, piensan que
debería usar su poder para acabar con todos los malos. Pero al pensar así no se
dan cuenta que al decir "todos los malos" también estamos incluidos
nosotros. San Pablo lo expresa con firmeza: Cristo murió por todos en el tiempo
señalado, "Dios nos ha mostrado su amor, ya que cuando aún éramos
pecadores Cristo murió por nosotros...Si siendo enemigos, Dios nos reconcilió
consigo por la muerte de su Hijo, mucho más, reconciliados ya, nos salvará para
hacernos partícipes de su vida" (Rom.5,7 ss).
Por otra parte, ese afán de disfrutar del mundo y de la vida
en lo que tienen de placentero, cercano, asequible, tampoco va muy de acuerdo
con un mensaje evangélico exigente, que compromete la vida hasta el sacrificio
y la anima a una larga paciencia en su combate por el bien.
Como las ventajas del evangelio no siempre son constatables
en bienestar humano inmediato, no es de extrañar esa tentación a considerar la
Buena Nueva como algo puramente utópico. Y por eso, la incredulidad tarda en dar
crédito al mensaje de la fe, los bienes de la tierra colocan una pantalla a la
esperanza, y las actitudes egoístas buscan razones para imponerse al amor y a
la generosidad. Sí, es difícil hablar de Dios y hacer las obras de Dios en
nuestro tiempo. Pero la palabra de Jesús sigue vigente: "El que cree en mí
hará las mismas obras que yo hago, e incluso mayores, porque yo me voy al
Padre"(Jn.l4,l2).
4. El protagonismo laical.
a. La Iglesia es una comunión en el Espíritu..
Pero cuando hablamos del Espíritu de Dios hablamos siempre de
una realidad amorosa. Y el Espíritu de amor es quien puede provocar iniciativas
y compromisos, porque donde existe amor desaparecen las indiferencias, las
flojeras y las indolencias. Si una comunidad vive atenta al Espíritu de Dios
"nos instala en el amor, nos hace crecer en él y nos impulsa a conducirnos
por él". La conciencia de ser hijos amados de Dios, que reconocen en
Cristo al primogénito, da nacimiento a la experiencia de reconocer al otro como
hermano y al mundo como casa propia cuyo mejoramiento pide mi colaboración.
Pues bien, una Iglesia comunión en el Espíritu es una comunidad de dones y de
carismas al servicio de la edificación común. Es una comunidad de convocados,
de llamados. Nadie queda al margen por inútil. El Espíritu no crea existencias
vacías. Todo bautizado tiene algo que aportar a esta comunidad.
b. La Iglesia es una comunión en el Cuerpo de Cristo.
Todos los bautizados quedan unidos al Cuerpo de Cristo de tal
manera que al pertenecer al mismo cuerpo, existimos perteneciéndonos unos a
otros. Por eso, sin la Iglesia, que San Pablo llama "cuerpo de
Cristo", el Señor resucitado no está completo. Y mientras la Iglesia no
alcance a todos, Cristo no será todo en todos. Por eso la Iglesia mantiene
siempre su carácter misionero: existe para difundirse y contagiarse. Pues bien,
una Iglesia expresada como comunión de discípulos en el Cuerpo de Cristo no
refleja bien lo que es su naturaleza si no se da una verdadera
"corresponsabilidad comunitaria". La corresponsabilidad es, sin duda,
una de las manifestaciones propias de una comunidad que quiera ser signo de
comunión.
c. La Iglesia es una comunión de ciudadanos que constituyen
el Pueblo de Dios .
Es "un pueblo congregado en la unidad del Padre, del
Hijo y de Espíritu Santo" (LG 4). Por eso la Iglesia ha sido dejada en el
mundo a manera de un signo o sacramento de la unidad del género humano. Y se va
formando en la tierra por los que pasan a recibir a Jesús como Señor de su
vidas, siendo así "un linaje escogido, sacerdocio real, nación santa,
pueblo de su propiedad... que en un tiempo no era pueblo y ahora es pueblo de
Dios. A este pueblo Dios lo envió a todo el universo como luz del mundo y sal
de la tierra (LG 9). Pues bien, una Iglesia, pueblo de Dios, es toda ella de
Dios, y como pueblo es toda ella enviada al mundo, al siglo. Por eso, toda la
Iglesia, siendo de Dios, es, a la vez, toda ella "secular", del
siglo, de la historia de los hombres. Y tiene que estar en el mundo como signo
y testimonio del amor santo y salvífico de Dios. No hay vocaciones para quedar
escondidas o simplemente para ocuparse de "asuntos personales". El
asunto más personal del discípulo de Cristo es precisamente intervenir en la
causa de Cristo: vivir, anunciar y promover el reino de Dios.
d. Todos continuadores de Cristo. Pero cada uno en su lugar.
¿Cómo podría la Iglesia presentarse como un misterio de
comunión para revelar su identidad si en la práctica solo unos cuantos miembros
tuvieran el protagonismo de su vida y los demás fueran simples beneficiarios de
sus dones o simples oyentes de su palabra o sumisos cumplidores de normas y
preceptos provenientes de una minoría influyente? ¿Cómo podría ser una
comunidad humana capaz de luchar por los derechos de los hombres y ser experta
en humanidad y servicio si en su mismo interior no se reconociera la común
dignidad y responsabilidad de los hijos de Dios?
A la luz del modelo de Iglesia que estamos presentando, el
clericalismo no tiene sentido. Más aún es un degeneración de su función en la
Iglesia. Jesús quiso una Iglesia comunidad de amor y de vida, pueblo
organizado, sociedad visible, en la que habría ministerios para el servicio de
la comunidad. Pero esta realidad misteriosa sería una "familia de
Dios", no una empresa de dirigentes, funcionarios y obreros. Ha pasado el
tiempo de la pasividad de los laicos. Clérigos, religiosos y laicos pondrán
sobre el mundo la misma mirada redentora de Cristo.
En una familia no hay por qué hacer discriminaciones. Nadie
anula a nadie. Ni seres anónimos en una colectividad, ni seres de segunda clase
en un mismo cuerpo. Estas cosas son fáciles de comprender en una Iglesia como
misterio de comunión, pues permite ver la identidad de cada uno según sus
propias peculiaridades . Juan Pablo II sirviéndose de la imagen de la viña del
capítulo l5 de Juan concluye: "Los fieles laicos no son simplemente los
obreros que trabajan en la viña, sino que forman parte de la viña misma"
(Ch.F.L.n.8a) y ,citando a Pío XII, añade: "Los fieles, y más precisamente
los fieles laicos, se encuentran en la línea más avanzada de la vida de
Iglesia; por ellos la Iglesia es el principio vital de la sociedad humana. Por
tanto, ellos especialmente deben tener conciencia cada vez más clara, no solo
de pertenecer a la Iglesia, sino de ser la Iglesia... Ellos son la
Iglesia"(Ch.F.L.n.9c)
Si todos los miembros se encuentran "en relación con
todo el cuerpo" cada miembro, o sea, cada fiel le ofrece su propio aporte
en una diversidad y complementariedad que es esencial a un cuerpo vivo y
operante. Sería mortal para el miembro aislarse del cuerpo. Aislarse
espiritualmente de la comunidad es incapacitarse para dar frutos de vida. El
Espíritu del Señor confiere a cada cristiano suficientes dones y carismas para
que pueda aportar al bien común. Y el mismo Espíritu recuerda a cada uno que
"todo aquello que le distingue no significa una mayor dignidad, sino una
especial y complementaria habilitación al servicio (Ch.F.L.n.20e). Por eso, en
cierto sentido, se puede decir: la jerarquía es necesaria; pero ser jerarquía
en la Iglesia no es lo primario. En la comunidad lo que es prioritario es la fe
y el amor vividos con una misma esperanza. En la Iglesia no hay que extremar
las diferencias, sino resaltar la común dignidad e igualdad de los hijos de
Dios, así como la complementariedad de los aportes. Ciertamente en una Iglesia
de "corte clerical" es tal el relieve que adquiere el clero que lo
secundario domina sobre lo primario. Es decir, que los cargos se llenan de
honores y los estados de vida de privilegios; pero en ese caso, que va siendo
poco a poco superado, los laicos se convertirían en colaboradores del clero. Lo
justo es que el clero y los laicos sean colaboradores de Cristo. El jerarquismo
no es una virtud sino un defecto. Todavía no está muy lejos el tiempo en que
los ordenados de clérigos más parecían señores a quien servir, obedecer y
rendir homenaje que verdaderos servidores del pueblo de Dios, elegidos para
personificar a Cristo en medio del pueblo. En la Iglesia de Cristo, como
misterio de comunión y participación no se disminuye el papel de la jerarquía,
ni pasan a ser cargos insignificantes los que representan los pastores, al
contrario, merecen todo el afecto y gratitud por su vocación; pero queda mucho
más claro que la participación de los seglares en la vida de la Iglesia no es
una "galantería" o concesión de la jerarquía que los invita porque
tiene un buen corazón o los necesita porque se siente muy sola, sino que es un
derecho que nace del llamado de Dios que elige y envía tanto al clérigo como al
laico. Y ese llamado pide una respuesta libre y generosa en bien de sus
hermanos, tanto al laico como al clérigo.
5.El protagonismo laical en la Iglesia particular.
Como venimos diciendo los laicos tienen una responsabilidad
inalienable en el seno de la Iglesia. A ellos se les ha concedido una sabiduría
y una responsabilidad propia, que no puede ser invadida por el clero ni por el
sector de los religiosos o miembros de la vida consagrada. Pero estas
afirmaciones para nada contradicen el hecho de ser la Iglesia una institución
jerárquica, ni tampoco se mezclan las cosas, como si por el hecho de ejercer
ciertos ministerios ya convirtieran a los laicos en pastores. "No es la
tarea lo que constituye el ministerio, sino la ordenación sacramental"
(Ch.F.L.n.23b). Y los laicos no reciben esa ordenación sacramental que hace de
algunos miembros de la comunidad, "pastores dela Iglesia". Ninguna
tarea eclesial dispensa a nadie de estar en relación con la guía prudente de
los pastores. Las tareas eclesiales son siempre "actos eclesiales",
exigen, pues, una fidelidad a la misión única, o sea, que nadie se da a sí
mismo la misión. Ya existe.
No es propiamente protagonismo laical, sino más bien una
"clericalización" de los fieles laicos, centrarse solo en el servicio
eclesial de los laicos "al interior de la comunidad". Algunos
pastores con excelente entusiasmo piensan que han conseguido protagonismo
laical en su comunidades eclesiales porque tienen un buen número de ministros
laicos para los servicios eclesiales. Eso es importante, pero esa no es la dimensión
prioritaria para el laico. Su auténtica dimensión de protagonista debe darse en
"el mundo secular" (Ch.F.L.,l5), donde el testigo de la fe se
enfrenta al mundo secular.
Los cristianos no formamos parte de la Iglesia universal al
margen de la Iglesia particular. Y esta Iglesia está presidida por el obispo en
nombre de Jesucristo, sacerdote y cabeza de su Iglesia. El obispo, junto con su
presbiterio, reciben de Cristo Resucitado el carisma del Espíritu Santo, en el
sacramento del Orden, para servir a la Iglesia personificando a Cristo Cabeza.
Y esta "unción" más que un privilegio para la persona que lo recibe
es una gracia para la Iglesia entera (Ch.F.L.n.22).
La Iglesia particular o diócesis debe ser un lugar de
encuentro, comunicación y fraternidad entre todos los cristianos que la
conforman. La unidad de la fe y el amor tienen que estar por encima de las
distintas tendencias, orígenes, grupos sociales. Debe ser un lugar en el que
sea visible la posibilidad de una convivencia reconciliada entre los hombres. Eso
quiere decir, que todos deben poder encontrar dentro de su comunidad eclesial,
el mismo reconocimiento, la misma dignidad, la misma atención, puesto que cada
Iglesia particular es visibilidad de la Iglesia universal, templo vivo de Dios
edificado con las vidas de todos.
Una Iglesia particular evangelizadora acepta vivir en estado
de conversión permanente alerta frente a los riesgos que deterioran su
identidad. Dos peligros son muy posibles: a)Cuando en defensa del pluralismo
(que es riqueza comunitaria) no se aprecia la verdad propuesta autorizadamente
por el magisterio. Y entonces más que la pluralidad se está defendiendo la
propia ideología o el individualismo sobre la eclesialidad;
b)Cuando en defensa de la unidad (tan indispensable en la
comunidad) se desacreditan las diferencias o se marca por la sospecha toda
iniciativa o creatividad.
En ambos casos, si no se cultivan estos valores se contribuye
al descrédito del evangelio y en vez de animar a los hombres a creer en Dios y
a vivir como hermanos, la palabra predicada se vacía de contenido y las
acciones emprendidas se colorean de hipocresía.
"Lo más profundo de la vida de la Iglesia y del
cristiano es compartir el amor de Dios, Padre de buenos y malos, que quiere la
salvación de todos los hombres". Ante esto ¿qué valor tiene el que triunfe
la propia opinión sobre la del otro? ¿Acaso no vale más el otro, mi hermano,
que sus opiniones?:" Solo una cosa es necesaria, que todos pongamos el
evangelio de Jesucristo y la unidad real de la Iglesia por encima de
protagonismos colectivos o personales, que todos participemos activamente en la
gran misión de anunciar el Reino de Dios de palabra y de obra, de manera lúcida
y organizada a los hombres de nuestro tiempo" (CEE, Testigos del Dios
vivo,l985)
6.Ha llegado la hora de evangelizar.
Por lo dicho hasta ahora parece claro que la presencia del
laicado en la vida y misión de la Iglesia ya no debe ser la de un simple
receptor de normas y enseñanzas, como si fuera él mismo "objeto de la
pastoral", sino auténticos agentes vitales de las riquezas de Cristo. Y
esto como brazos activos en la Iglesia local, "en medio del mundo" Si
en esta hora de evangelizar no se diese una auténtica integración de los laicos
en las tareas evangelizadoras de la Iglesia local, ésta estaría gravemente
enferma de identidad.
Nuestra Iglesia particular ha sido lanzada a su hora
evangelizadora por el apremio de su Pastor. Y este apremio está en perfecta
consonancia con la naturaleza de la Iglesia tal como la hemos ido exponiendo.
Entonces nos toca ahora sacar algunas consecuencias de la participación de los
fieles laicos en la vida y misión de esta diócesis. El concilio al hablar de
los laicos les decía:
"Cultiven el sentido de la diócesis, de la cual es la
parroquia como una célula, siempre dispuestos, cuando sean invitados por su
Pastor, a unir sus propias fuerzas a las inicia-tivas diocesanas. Más aún, no
deben limitar su cooperación a los confines de la parroquia o de la diócesis,
sino que han de procurar ampliarla al ámbito interparroquial, interdiocesano,
nacional o internacional... Tengan así presentes las necesidades del Pueblo de
Dios esparcido por toda la tierra"(AA n.l0)
Todos los agentes pastorales con que cuenta una diócesis
deben valorar y vivir prácticamente esta dimensión universal y católica de la
fe y de la acción evangelizadora.
Sentirse los portadores de un mensaje universal, con muchas
dificultades para encontrar oyentes; pero mensaje posible. Y su misma
posibilidad la demuestra nuestra propia vida.
***Protagonismo sacerdotal del laico. No son simples
asistentes a unas liturgias.
Si los laicos son miembros de un cuerpo sacerdotal, quiere
decir que están unidos al sacrificio sacerdotal de su cabeza, Jesús. Y ellos
mismos son piedras vivas del templo que habita el Espíritu de Dios. Luego toda
su vida es un acto de culto: la vida familiar, el trabajo, las actividades
profesionales son actos cultuales. Por lo tanto, el protagonismo evangelizador
se mostrará si todas esas actividades se encuentran envueltas en dignidad,
respeto, honestidad...Todo esto son su "hostia agradable" ofrecida a
Dios. Luego los laicos no son simples consumidores de los sacrificios y de las
oraciones de los sacerdotes ordenados. Con su propio sacerdocio real están
capacitados para dar un culto "en espíritu y en verdad" con los
elementos de su propia vida.
***Protagonismo profético laical. No son simples oyentes de
la palabra..
Los laicos son miembros de una comunidad profética, enviada,
misionera. Y han sido habilitados para ser continuadores del "verdadero
profeta", Cristo, constituidos por su Espíritu en "testigos" del
mismo mensaje con sus mismos valores. La palabra de la verdad también les
pertenece y pueden pronunciarla asumiendo sus exigencias y sus consecuencias, a
veces, conflictivas. No en vano la verdad y la mentira, la luz y las tinieblas,
la paz y la violencia están en permanente combate hasta que llegue "la
gloriosa manifestación de los hijos de Dios".
Tienen que hacer oír su palabra en la comunidad eclesial y
humana, su palabra propia sobre una serie de realidades que experimentan de un
modo original porque su vocación laica tiene como misión propia el significar
esa dimensión secular de la Iglesia.
Donde su vocación profética alcanzará mayor relieve será con
el testimonio de su vida, dando testimonio de que la fe cristiana "suscita
un nivel de vida más humano incluso en la ciudad terrena" (LG 40).
"La gloria de Dios es que el hombre viva". Y con
este objetivo, su protagonismo profético le llevará, incluso, a correr riesgos
personales en defensa de sus hermanos. Un Dios de vida y no de muerte, invita a
los laicos a constituirse en defensores de la vida en una sociedad que fácilmente
le volverá la espalda. No sin dolor defenderá la vida y los demás valores del
reino. Pero Dios no deja solos a sus profetas.
***Protagonismo de señorío sobre las realidades creadas. No
meros contemplativos.
Los laicos pertenecen a una comunidad que participa del
señorío de Cristo. En este sentido el mundo es un gran templo de Dios y la
"casa del hombre". Mientras llegue el final, esta creación
"espera anhelante que se manifieste lo que serán los hijos de Dios"
(Rom.8,l9).Los laicos tienen una vocación especial en el ordenamiento de la
ciudad terrena para que sea lo más parecido a un pueblo en el que Dios reina.
Este protagonismo brilla en este campo cuando los laicos
muestran cómo la creación ha sido puesta por Dios para el servicio del hombre y
ninguna de sus criaturas ha de colocarse jamás por encima del Creador. Es el
protagonismo de la lucha contra la idolatría, de la superación de todo tipo de
esclavitud, de la conquista de la libertad auténtica, de la transformación de
las estructuras, de la humanización de las relaciones.
CONCLUSION: No renunciamos a ser una Iglesia para todos
Hoy día la Iglesia como institución no ejerce aquella
poderosa influencia de otros tiempos. En muchas partes resulta evidente que ya
no ocupa esa posición dominante de la que se benefició durante siglos. La
Iglesia va teniendo mayores dificultades para la afirmación pública de su
palabra y para referir explícitamente al evangelio su conducta.
Muchos jóvenes manifiestan que se les hace muy difícil evitar
cierta marginación de sus propio compañeros si se declaran abiertamente
católicos convencidos. Pero ni ellos, ni el resto del pueblo de Dios puede
aceptar el resignarse a una privatización total de la fe:
"Rechazamos toda tentación de repliegue eclesial".
Pero siendo realistas con la observación anterior y sabiendo que ya no podemos
soñar con una posición privilegiada, más o menos favorecida por los poderes
públicos, también afirmamos: aunque sea desde grupos minoritarios y sin
favoritismos del poder, seguimos siendo comunidad misionera "vuelta a
todos y a todos abierta", por eso no renunciamos a ser una Iglesia para
todos.
La secularidad la ha colocado en medio de una generación que
alimenta sus ideas y toma sus normas de conducta de una sociedad que se mueve
en torno a la economía, los planes de gobierno, los intereses políticos, las
grandes compañías de negocios y mercado, los medios de comunicación social, los
avances de la ciencia y las ofertas de la técnica... Los que viven en ese mundo
y los que ocupan los puestos de mayor influencia en él son los laicos y no los
clérigos. Una consecuencia de esta situación que afecta a las influencias entre
la Iglesia y el mundo es que ahora el roce entre las personas, el intercambio
de actitudes se da más en conversaciones y ambientes "seculares" que
en centros o reuniones eclesiales.
Los puestos que ocupan los laicos en medio de estas
estructuras les permiten, si son protagonistas de una nueva evangelización,
introducir valores cristianos en todo ese campo de decisiones que, aun
careciendo de finalidad religiosa, tocan a la vida del pueblo e incluso a su
dimensión religiosa. Por lo tanto, si a esta llamada de los signos de los
tiempos no estamos atentos, inclinando la balanza evangelizadora hacia el
protagonismo de los laicos, la Iglesia se volverá cada vez más anacrónica.
"Se necesitan heraldos del evangelio expertos en
humanidad, que conozcan profundamente el corazón de los hombres, que participen
de sus alegrías y esperanzas, de sus angustias y tristezas y que sean a la vez
amorosos contempladores de Dios" (Juan Pablo II).
María de Nazareth, que nos pone en especial relación con
Jesús, se convierta para todos los fieles seguidores de Cristo en una fuerza
renovadora de vida cristiana y motivo de esperanza. Ella vivió su condición
laical como un don de Dios. Ella nos acompañará en esta gran tarea de la Nueva
Evangelización de nuestros pueblos. Ella nos obtendrá con su intercesión la
continua efusión del Espíritu, el gran protagonista del plan salvador. Junto
con ella, caminando "bajo el signo de María", alcancemos a ser
"alabanza de la gloria de Dios" (Ef.l,l4)
ALGUNAS PREGUNTAS;
"La Iglesia es siempre una Iglesia del tiempo presente.
No
mira a su herencia como un tesoro de su pasado caduco, sino
como
una poderosa inspiración para avanzar en la peregrinación de
la fe
por caminos siempre nuevos" (Juan Pablo II, en
Reims,l2-9-96).
¿Tiene la Iglesia
suficiente conciencia laical? ¿Tienen los laicos suficiente conciencia de
Iglesia, de ser Iglesia? ¿Qué hacer para despertar esa conciencia?
¿Han asumido los laicos de nuestra Iglesia local sus
dimensiones sacerdotal, profética y señorial? ¿Ejercen esas condiciones en su
ambiente?
¿Cómo propiciar la corresponsabilidad de la comunidad
cristiana y con ello el protagonismo de los laicos en nuestras comunidades
locales-parroquiales?
¿Favorece o impide el clero la formación de una conciencia
laical participativa y protagónica en sus ámbitos eclesiales?
¿Nos preocupamos por tener presente que el objetivo
primordial de toda formación cristiana es el de formar evangelizadores?
¿Dónde y cómo participamos en virtud de nuestra fe de
discusiones y acciones que atañen a nuestra vida común y al porvenir de nuestra
sociedad?
¿Cómo vivimos la diversidad de la vida cristiana en nuestras
parroquias, movimientos, grupos de oración? ¿Qué medios elegimos para servir a
la unidad en nuestras comunidades eclesiales?
A veces los pastores toman iniciativas para la evangelización
de una zona pastoral o ambiente ¿de qué manera hemos participado en dicha
evangelización?
¿En qué actividades sociales o educativas participamos y qué
influencia dejamos traslucir de los criterios de nuestra fe en los objetivos
propuestos y los modos de cumplirlos? ¿Sentimos esa competencia entre el
"miembro de la institución civil" y el "miembro de la institución
eclesial" que se da en nosotros? ¿Cómo se concilian sus ideas?
No hay comentarios:
Publicar un comentario